Breve imagen del poeta español Miguel Hernández Aún no he - TopicsExpress



          

Breve imagen del poeta español Miguel Hernández Aún no he conocido obra de poeta que no lleve en sí la facultad de ser profundamente humana; sin embargo tanto se ha reparado en el carácter humano y profundo de los versos de Whitman, Martí, Neruda, y Vallejo que valdría la pena analizar un tanto ese término. ¿Qué significa el carácter humano en la poesía y en la propia vida? Como parte de esas normativas literarias que establecen estudiosos y academias, quizás sea César Vallejo el poeta al que más se acude cuando se trata de buscar la palabra vibrante, impregnada de humanidad entre los bardos de habla hispana. Más allá de definiciones y de anquilosadas creencias, la poesía constituye siempre un acto de profunda humanidad, todos los poetas son profundamente humanos para el bien o para el mal. Ninguno podrá desprenderse, aunque lo pretenda, de los elementos inherentes a la raza que llevamos los hombres, ninguno podrá desprenderse de los huesos, la carne y el espíritu que alimentamos cada día y que siempre palpitarán en todas nuestras huellas aunque no seamos poetas ni artistas. Es cierto que decir en verso: “Soy el poeta de la mujer como soy el poeta del hombre y digo que es tan importante ser hombre como ser mujer” o bien: “Yo sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufría este mismo dolor”, constituye una profesión de fe que pocos han logrado o querido lograr. Sin embargo, los llamaría poetas de la humanidad que en primera instancia pudiera parecer lo mismo pero no es exactamente igual. Estos son hombres que llevan en ellos a la humanidad completa. Para todos los seres humanos existe un espacio en la remota y oscura dimensión de donde surge el verso de estos cantores. Miguel Hernández, a cien años de su nacimiento, celebrado el pasado año, es sin dudas otro de los autores que integran esta nómina. No vate, no bardo, no estro brotando de su pecho: poeta a secas y nada más, que equivaldría a decir en este caso, campo, pueblo, Orihuela, España, mundo, humanidad. Desde siempre pudo verse que Miguel sería gran hombre y gran poeta, debe su fama Orihuela a Miguel, debe España gloriosas páginas de la literatura y de la rebeldía a su cantor. Pero es al propio tiempo Miguel deudor de España, de Orihuela. En su poesía se respira el mundo todo, palpitante y lleno de curiosidad como la naturaleza virgen: los limones, la hermanita muerta, el pastor inocente que descubre en su andar cotidiano la hora en que asoma el lucero, la hora a la que se oculta el sol o el contacto inocente y misterioso de dos ovejas. ¿Para qué? ¿Por qué? Sus ojos se asombran ante el milagro del paisaje, su cerebro chispea, su ángel enloquece y de su mano brota el destello. Canta la pluma de Miguel, canta su voz. Porque su verso es para ser cantado, los primeros quizás, acompañados de vihuela antigua y flauta coplera, los últimos con redoble de tambor y pasos de marcha. Vientos del pueblo para ser recitados en la trinchera por los altoparlantes e increpar al pueblo a la lucha: “Asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, andaluces de relámpago, extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita; yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas.” La poesía de Miguel Hernández es para el hombre, para leerla en cualquier sitio y en horas sencillas, mucho más que para contabilizar recursos y apuntar en la semántica al toro y la sangre como nuevos símbolos. Su canto es para el amor, para su gran amor de toda la vida: Josefina Manresa; amor de otro mundo, de carne, de espíritu sonriente y de necesidad imperecedera para contrarrestar el poderío de las grandes cadenas, de las grandes serpientes, amor de poesía con aquello de “ser onda, oficio, niña es de tu pelo”. Miguel es vecino de la muerte, en él viven Federico García Lorca, que en su verso regresa de la región oscura a la que lo enviaron entre fusiles en su Granada, atraviesa el mundo de los difuntos con herrumbrosas lanzas y en traje de cañón y Pablo de la Torriente que le sigue diciendo: “Me quedaré en España compañero”. En Miguel viven las enseñanzas de los más doctos maestros, antiguos y modernos: Lope de Vega, Luis de Góngora, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, San Juan de la Cruz, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. De todos aprendió a tomar lo mejor del mundo de la creación y a renovarlo con voz propia. De Neruda, su gran amigo, le quedó la voz del vino episcopal informada de risas y solsticios, voz que malograba llantos y suicidios, de Neruda aprendió la amistad verdadera, el gran compañerismo hasta la muerte. En Miguel Hernández se produce la evolución del hombre verdadero, del hombre de sangre; no pierde la fe en Dios, la olvida, la posterga porque tiene delante otro horizonte urgente y en peligro. Un horizonte por el que se compromete y convierte su poesía en grito. Olvida a dios pero nunca a Ramón Sijé, su primer maestro y aunque siente el peso de ser un tanto ingrato con el amigo tiene la tranquilidad de la lucha por la causa noble, y por la justicia marcha al frente y escribe, muere y vive. Sufre frío en prisión, el frío del tiempo y de la soledad: remite palabras a su hijo y a la esposa que se encuentran lejos: “El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles te mando esas coplillas que le he hecho, ya que para mí no hay otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme.” Aquel día 26 de marzo en que Josefina visitó a Miguel y vio sus pies manchados por el frío de las cárceles ella sabía que a su amor le quedaba poco tiempo, sabía que pronto viviría del recuerdo de Miguel, de los recuerdos, y los chistes de cuando era pastor, de aquella única vez en que fue al teatro prendida de su brazo o del nido de palomas con una gran ausencia. Josefina supo también aquella mañana, muy temprano, del 28 de marzo de 1942 en que llevó la comida a su esposo y no quisieron recibírsela que ya nadie comería de esa comida porque Miguel había muerto. Miguel murió dejando como despedida un tierno recuerdo para su esposa, Josefina fue el último nombre que pronunció en el momento del carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida, pero también entregó su verso a la humanidad: ¡Adiós, hermanos, camaradas, amigos Despedidme del sol y de los trigos!
Posted on: Mon, 16 Sep 2013 01:53:50 +0000

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