CASAL Y DE LA LASTRA, JULIÁN DEL (1863-1893) Poeta cubano y - TopicsExpress



          

CASAL Y DE LA LASTRA, JULIÁN DEL (1863-1893) Poeta cubano y uno de los iniciadores del modernismo, que nació en La Habana, en 1863, y murió en la misma ciudad, en 1893. Estudió con los jesuitas y comenzó la carrera de Derecho, pero la abandonó. Trabajó en la Intendencia General de Hacienda, de donde se vio obligado a cesar a causa de un artículo que escribió sobre el capitán general y su familia, aparecido en La Habana Elegante, primero de una serie titulada La Soledad de la Habana; aquí, su nombre de guerra era "El Conde de Camors". Colaboró en El Fígaro desde 1886 y, más tarde en El Hogar, La Discusión, El País y La Caricatura, en los que se sirvió de diversos seudónimos como "Hernani" o "Alceste". En 1888 realizó un viaje a Madrid en el que entabló amistad con Salvador Rueda y Francisco A. de Icaza. También fue amigo de Juana Borrero y de Rubén Darío, a quien conoció en 1892. Joven todavía, enfermó de tuberculosis y murió repentinamente en casa de un amigo. A su muerte le dedicaron importantes artículos José Martí y Rubén Darío. Su obra, influida por Baudelaire, los parnasianos y simbolistas franceses, está llena de sincero y profundo pesimismo, en la línea de Leopardi. Su poesía expresa, por una parte, la neurosis, la tristeza y el hastío; por otra, un ideal esteticista absoluto. Sus publicaciones en vida fueron Hojas al viento (1890) y Nieve (1892), que contiene sus mejores poemas: Nihilismo, Rondeles, Recuerdo de la infancia, etc. Póstumamente apareció Bustos y rimas (1893), donde figuran también excelentes semblanzas críticas. El Consejo Nacional de Cultura de Cuba publicó sus Poesías y Prosas completas en tres tomos (1963-1964). Sin duda, uno de los poemas más característicos, con todos los ingredientes del modernismo más subido de tono, es el soneto "Mis amores" subtitulado "Soneto Pompadour": Amo el bronce, el cristal, las porcelanas, las vidrieras de múltiples colores, los tapices pintados de oro y flores y las brillantes lunas venecianas. Amo también las bellas castellanas, la canción de los viejos trovadores, los árabes corceles voladores, las flébiles baladas alemanas; el rico piano de marfil sonoro, el sonido del cuerno en la espesura, del pebetero la fragante esencia, y el lecho de marfil, sándalo y oro, en que deja la virgen hermosura la ensangrentada flor de su inocencia. (Enciclonet) UN SACERDOTE RUSO Ainsi qu’un papillon volage Ce qui passe aujourd’hu sera passé. Laisse-toi cueillir au passage Papillon d’Actualité Las doce del día. Desde la altura de la blanca terraza, próxima al mar, bajo el toldo que forma el ramaje de verde enredadera, estrellado de flores violáceas, hay un grupo de gentes que contemplan, hundido el sombrero hasta las cejas y los anteojos nacarados entre los dedos, la salida de la fragata rusa que abandona nuestras costas. Ni un soplo de aire refresca la atmósfera. El mar, como lámina de acero, maravillosa-mente bruñida, irradia un brillo metálico que deslumbra la vista. Las ondas arrastran, en su curso tranquilo, paquetes de algas que arrojan sobre la arena dorada de la playa, semejando ramilletes marchitos del último baile de nereidas. De vez en cuando los rabihorcados que revolotean en el aire se introducen, como flechas negras, en el piélago azul. Sobre las rocas puntiagudas, jaspeadas de placas verdinegras, los pilluelos se entretienen en recoger caracoles que se irisan a los rayos del sol. Mientras la fragata avanza serena y majestuosa, sobre el dorso de las olas con las velas abiertas y las banderas izadas, hasta perderse en el confín del horizonte lejano, velado por brumas opalinas; se destaca a lo lejos, en lo más alto de la popa, la figura del capellán que parece rogar, desde el púlpito de un templo marino, por el alma de los náufragos. Tiene la mansedumbre evangélica de las grandes almas. Al contemplarlo en aquel lugar, con su solideo de raso negro, ornado de una moña amarilla, bajo el cual se escapan sus cabellos grises y con su sotana tornasolada, sonde resplandece, bajo la cascada de su luenga barba, la cruz blanca de los antiguos eremitas de Jerusalén, evoca el recuerdo de los sacerdotes de Dostoiëwsky, acompañando los deportados a Siberia. Y al ver la fijeza atónita de sus miradas, diríase que trata de concentrar en sus pupilas verdes, inmóviles en sus órbitas aporcelanadas, los brillantes fulgores del mediodía tropical, para iluminar con ellos, en futuros días, la blancura helada de las vastas estepas solitarias.
Posted on: Sun, 21 Jul 2013 13:01:03 +0000

Trending Topics



Recently Viewed Topics




© 2015