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CATEQUETICA...CONTINUAMOS CON EL TEMA INICIADO AYER...CONCILIO VATICANO: CONCILIO VATICANO II DEI VERBUM (Constitución Dogmática sobre la Revelación Divina) Capítulo 1: La Revelación 2) Naturaleza y objeto de la revelación Dios mediante dones de sabiduría e inteligencia nos da a conocer este proyecto misterioso (Ef 1, 9), fruto de su absoluta complacencia en Cristo. Así nace el hombre nuevo, que no es el producto de una política, de una ideología, sino que es la obra de Dios. Los apóstoles, a los que bautizaban les hablaban de la “herencia de Dios”, a les estaba reservada a causa de la resurrección de Cristo y como dice San Pedro, “tesoro que no perece ni se hecha a perder y que no se deshace con el tiempo”. En consecuencia: Él es la imagen de Dios que no se puede ver. No vamos a pensar que Dios tiene forma humana más allá de las nubes, y que Jesús es su imagen, pues si bien el hombre fue creado a imagen de Dios, Dios en cambio no es a imagen del hombre. Pero Cristo es entre nosotros imagen del Padre y su misericordia y sus acciones nos revelan la manera de actuar y pensar de Dios. Ya antes de ser hombre, el Hijo de Dios existía en Dios como la eterna e invisible imagen del Dios eterno e invisible y para toda criatura es el Primogénito, no sólo el 1º de una serie, sino por su naturaleza humana Cristo es judío de Galilea, descendiente de David. Pero su persona se arraiga en Dios y, por eso se presenta como el modelo y el primogénito, no sólo de los hombres, sino de todo lo creado. En su amor Dios habla a los hombres (Ex 33, 11): Dios ha bajado en el Sinaí para hablar a su pueblo. Sin embargo no se ha comunicado en forma personal con estos hombres que todavía están en la 1º etapa. Bien es cierto que creen pero es una fe en obediencia a la ley. Con Moisés, en cambio, Dios se comunica “cara a acara” o sea espíritu a espíritu (a diferencia de esta comunicaciones inferiores que son los sueños, visiones y apariciones). Cristo nos pide 1º compartir su pensamiento, en lo que significa la expresión: “Guarden mis mandatos”. Entonces pasaremos a ser sus amigos, al tenerlo como persona que nos ama y que actúa en nosotros. Y luego producirán el fruto auténtico del amor, del que Cristo es el árbol. Este plan de la revelación se realiza por medio de hechos: dice Jesús “aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”. La humildad de Jesús nos revela la humildad de Dios que quiere elevarnos hacia él y que su influencia alcanza a lo más profundo del corazón. 3) Preparación de la revelación evangélica. Por medio de la Palabra se hizo todo y nada llegó a ser sin ella. Dios conserva todas las cosas por medio de la palabra y da testimonio por siempre a los hombres de sí mismo en las cosas creadas. Así (Gn 3, 15), la esperanza es una victoria definitiva que se revela plenamente en el Evangelio y nos mantiene despiertos en un mundo donde todo parece dopados, enajenarnos, hasta el día en que la muerte tenga la última palabra. Debemos perseverar en las buenas obras y como dice San Pablo, en la carta a los Romanos 2, 6-7, que mientras más conocimientos religiosos tenemos, más argumentos habrá para justificar la s propias faltas. Dios llama a Abraham, al que llamamos padre de los creyentes, ya que el llamado que recibió y su partida a tierras desconocidas es lo mismo que nos pasa a nosotros 2cuando comenzamos a creer”. Abraham, junto con Moisés y los profetas fueron preparando el camino del Evangelio. 4) Cristo lleva a su cumbre la revelación Después de haber hablado Dios a nuestros padres por medio de los profetas en muchas ocasiones, envía a Jesús, su Hijo, es decir la Palabra eterna que habita entre nosotros y se manifiesta como “Expresión de Dios”. Dios ha entrado en la historia humana mediante su Palabra y al enviar a su hijo nos dice, (Jn 1, 1-18)”la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, esa Palabra es Jesucristo y es el que lleva a Término la salvación que el Padre le encargó. Quién ve a Jesucristo, ve al Padre. Él mismo con sus manifestaciones, su palabra, obras, signos, milagros y su gloriosa resurrección confirma la revelación de Dios entre nosotros. Debemos guardar el mandato de la nueva revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Nuestro Señor Jesucristo (1 TIM 6,). 5) HAY QUE RECIBIR LA REVELACIÓN CON FE Se debe presentar “obediencia de la fe a Dios”, y por ella el hombre se somete libre y totalmente. “La fe es una obediencia”, dice San Pablo (ROM 1, 5). Para que la comprensión de la revelación llegue a ser más profunda, el mismo Espíritu Santo, con sus dones, perfecciona constantemente la fe. 6) Las verdades reveladas Por medio de la revelación, Dios quiso manifestarse a sí mismo, para participarnos de los dones eternos. En el CV I, en el cap. 2 sobre la revelación, dice que la misma Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza a partir de las cosas creadas con la luz natural de la razón humana: “porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de lo creado”. El Santo Concilio enseña que hay que atribuir a su revelación todas aquellas realidades divinas que confunden a la raza humana, también, y por esta condición del hombre, deben ser conocidas sin dificultad y sin mezcla de error. Capítulo VI 21.-La Sagrada Escritura en la Vida de la Iglesia Veneración por la Escritura La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación de la lglesia, como toda la religión cristiana se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura. En los Libros Sagrados, el Padre, que esta en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplican a la Escritura de modo especial aquellas palabras: La palabra de Dios es viva y enérgica (Hebr 4,12), puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados (Hch 20,32; cf. 1 Tes 2,13). 23.-Deberes de los exégetas y de los teólogos La Iglesia, esposa de la Palabra hecha carne, instruida por el Espíritu Santo, procura comprender cada vez más profundamente la Escritura para alimentar constantemente a sus hijos con la palabra de Dios; por eso fomenta el estudio de los Padres de la Iglesia, orientales y occidentales, y el estudio de la liturgia. Los exégetas católicos y los demás teólogos han de trabajar en común esfuerzo y bajo la vigilancia del Magisterio para investigar con medios oportunos la Escritura y para explicarla, de modo que se multipliquen los ministros de la palabra capaces de ofrecer al pueblo de Dios el alimento de la Escritura, que alumbre el entendimiento, confirme la voluntad, encienda el corazón en amor a Dios (1). El santo Sínodo anima a todos los que estudian la Escritura a continuar con todo empeño, con fuerzas redobladas, según el sentir de la Iglesia, el trabajo felizmente comenzado (2). 24.-Escritura y Teología La teología se apoya, como en cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura unida a la Tradición; así se mantiene firme y recobra su juventud, penetrando a la luz de la fe la verdad escondida en el misterio de Cristo. La Sagrada Escritura contiene la palabra de Dios, y en cuanto inspirada es realmente palabra de Dios; por eso la Escritura debe ser el alma de la teología (3). El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad. 25.-Lectura asidua de la Escritura Por eso, todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse "predicadores vacíos de la palabra, que no la escuchan por dentro" (4); y han de comunicar a sus fieles, sobre todo en los actos litúrgicos, las riquezas de la palabra de Dios. El santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Phil 3,8), "pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo." (5) Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual, o bien en otras instituciones o con otros medios que para dicho fin se organizan hoy por todas partes con aprobación o por iniciativa de los Pastores de la Iglesia. Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues "a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras" (6). Los Obispos, "como transmisores de la doctrina apostólica" (7), deben instruir a sus fieles en el uso recto de los libros sagrados, especialmente del Nuevo Testamento y de los Evangelios, empleando traducciones de la Biblia provistas de comentarios que realmente expliquen; así podrán los hijos de la Iglesia manejar con seguridad y provecho la Escritura y penetrarse de su espíritu. Procuren la elaboración de traducciones anotadas para uso de los no cristianos y adaptadas a su condición, y procuren difundirlas discretamente los mismos Pastores o los cristianos de cualquier estado. CHRISTUS DOMINUS (CD) Importancia de la selección y preparación del ambiente. Criterios de selección. Para escoger un candidato como catequista, es preciso saber qué criterios son "esenciales" y cuáles no”. En la práctica, es indispensable que en todas las Iglesias se establezca una lista de criterios de selección, para que los encargados de escoger a los candidatos tengan puntos de referencia. La elaboración de esa lista, son criterios suficientes, precisos, realistas y controlables, corresponde a la autoridad local, única capaz de valorar las exigencias del servicio y la posibilidad de responder a ellas. También en este punto conviene tener en cuenta las siguientes indicaciones generales, con el fin de lograr un comportamiento homogéneo en todas las zonas de misión, respetando las necesarias e inevitables diferencias. - Algunos criterios se refieren a la persona del catequista: por principio absoluto previo, como se acepte nunca a nadie que no tenga motivaciones serias, o que solicite ser catequista porque no ha podido encontrar otra ocupación más honrosa y rentable. En sentido positivo, los criterios deberán contemplar: la fe del candidato, que se manifiesta en su piedad y en el estilo de vida diaria; su amor a la Iglesia y la comunión con los Pastores; el espíritu apostólico y la apertura misionera; su amor a los hermanos, con propensión al servicio generoso; su preparación intelectual básica; buena reputación en la comunidad, y que tenga todas las potencialidades humanas, morales y técnicas relacionadas con las funciones peculiares de un catequista, como el dinamismo, la capacidad de buenas relaciones, etc. - Otros criterios al acto de la selección: tratándose de un servicio eclesial, la decisión incumbe al Pastor, generalmente al párroco. La comunidad se verá implicada, necesariamente, en cuanto debe indicar y valorar el candidato. El Obispo, a quien el párroco presentará los candidatos, también participará personalmente o mediante su delegado, al menos en un momento sucesivo, para confirmar con su autoridad la elección y, sucesivamente, para conferir la misión oficial. - Existen criterios especiales de aceptación en centros o escuelas para catequistas: además de los criterios generales que valen para todos, cada centro establece sus propios criterios de aceptación de acuerdo con las características del centro mismo, especialmente en lo referente a la preparación escolar básica que se exige, las condiciones de participación, los programas de formación, etc. AD GENTES (AG) DECRETO SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN LA IGLESIA 13.-EVANGELIZACIÓN Y CONVERSIÓN Donde quiera que Dios abre la puerta de la palabra para anunciar el misterio de Cristo a todos los hombres, confiada y constantemente hay que anunciar al Dios vivo y a Jesucristo enviado por El para salvar a todos, a fin de que los no cristianos abriéndoles el corazón el Espíritu Santo, creyendo se conviertan libremente al Señor y se unan a El con sinceridad, quien por ser "camino, verdad y vida" satisface todas sus exigencias espirituales, más aún, las colma hasta el infinito. Esta conversión hay que considerarla ciertamente inicial, pero suficiente para que el hombre perciba que, arrancado del pecado, entra en el misterio del amor de Dios, que lo llama a iniciar una comunicación personal consigo mismo en Cristo. Puesto que, por la gracia de Dios, el nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la Muerte y de la Resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto según Cristo. Trayendo consigo este tránsito un cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse poco a poco durante el catecumenado. Siendo el Señor, al que se confía, blanco de contradicción, el nuevo convertido sentirá con frecuencia rupturas y separaciones, pero también gozos que Dios concede sin medida. La Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se atraiga por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el derecho a que nadie sea apartado de ella con vejaciones inicuas. Investíguense los motivos de la conversión, y si es necesario purifíquense, según la antiquísima costumbre de la Iglesia. 14.-Catecumenado e iniciación cristiana Los que han recibido de Dios, por medio de la Iglesia, la fe en Cristo, sean admitidos con ceremonias religiosas al catecumenado; que no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse en los tiempos sucesivos, introdúzcanse en la vida de fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios. Libres luego de los Sacramentos de la iniciación cristiana del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y asisten con todo el Pueblo de Dios al memorial de la muerte y de la resurrección del Señor. Es de desear que la liturgia del tiempo cuaresmal y pascual se restaure de forma que prepare las almas de los catecúmenos para la celebración del misterio pascual en cuyas solemnidades se regeneran para Cristo por medio del bautismo. Pero esta iniciación cristiana durante el catecumenado no deben procurarla solamente los catequistas y sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles, y en modo especial los padrinos, de suerte que sientan los catecúmenos, ya desde el principio, que pertenecen al Pueblo de Dios. Y como la vida de la Iglesia es apostólica, los catecúmenos han de aprender también a cooperar activamente en la evangelización y edificación de la Iglesia con el testimonio de la vida y la profesión de la fe. Expóngase por fin, claramente, en el nuevo Código, el estado jurídico de los catecúmenos. Porque ya están vinculados a la Iglesia, ya son de la casa de Cristo y, con frecuencia, ya viven una vida de fe, de esperanza y de caridad.
Posted on: Fri, 19 Jul 2013 11:47:21 +0000

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