CON EL CORAZÓN EN LA MANO. 1. He tenido la suerte de haber - TopicsExpress



          

CON EL CORAZÓN EN LA MANO. 1. He tenido la suerte de haber cultivado durante mi vida amistades a prueba de todo, como la que me precio de mantener con el poeta Enrique Sánchez Hernani, compañero de credo reirrojino, periodista de fuste y dedicado patriarca de una estirpe de muchachos y muchachas a los que miro con orgullo cuando veo, de soslayo, lo mucho que hacen por llenar de luces este mundo absurdo, antojadizo. Debo confesar que guardo en un rincón privilegiado de mi biblioteca todos los poemarios que Kike nos ha ido regalando y que llevan –lo máximo- su dedicatoria, siempre delicada, cómplice, cariñosa. Valoro su amistad, me alegra mantener con él a la distancia un diálogo permanente, una misma visión de lo que nos queda por hacer. Tuve la suerte, además, de ser uno de los primeros lectores de su magnífico “Quise decir adiós”, arreglo de cuentas con ese amigo entrañable y certero que tuvimos en común: Constantino Carvallo. No doy más seña de esta relación de pares, afectuosa y de varios lustros, para no echarme a llorar por todo el amor que supo dispensar a los míos con su pluma auténtica en esos meses furiosos del 2009. Kike me escribe, siempre etento y en guardia, a propósito de mi última nota sobre Maritza Garrido Lecca, la compañera que frecuenté a finales de los ochenta y que está a punto de cumplir la condena de 25 años de prisión que la justicia de nuestro país le impuso por alojar en su casa al tristemente célebre Abimael Guzmán, el líder del PCP-SL, el partido político que tiñó de sangre al Perú durante tanto tiempo, casi todos los de mi juventud. Kike me advierte de una condescendencia demasiado peligrosa con una persona que no se ha arrepentido públicamente de su pertenencia a un partido horroroso, cuya sola recordación es para la mayoría de peruanos sinónimo de espanto. Tiene razón, debo decirlo, sus dudas y los convencimientos que expresa en las muchas notas que me mandó durante las horas de nuestra larga correspondencia digital, son también los míos; aquello que les confesé en “La bailarina del piso de abajo”, el textito de la semana pasada, trasuntaban la nostalgia de volver a tener noticias de una amiga a la que considero víctima también, como miles y miles de peruanos, de una violencia inmunda, espantosa y repetida, que todavía nos trasiega el alma colectiva y que de alguna manera debemos frenar. 2 Sostengo que la de Sendero Luminoso no ha sido la única pesadilla violentista que nos ha tocado vivir como colectivo; sostengo también que hemos podido dejar atrás –en otros momentos de nuestra historia- las bestialidades que detonaron lo peor de nosotros con el objetivo de mirar hacia adelante tratando de dejar atrás, voltear, las páginas atroces… Ese proceso que venimos llamando, el de la verdad y la reconciliación… No ha sido la vorágine violentista de las décadas de los años 80 y 90 (y sus secuelas en el VRAEM y otros narcoterritorios) la única que ha sacudido la vida social de este país de prolongadas guerras civiles. Lo he comentado en un texto de hace algunos meses sobre el Movadef y también en unos tuits que pergeñé a los pocos días de la muerte de Armando Villanueva del Campo: en 1979 los peruanos ungimos como presidente de la Asamblea Constituyente a Víctor Raúl Haya de la Torre, un político que en la década del treinta había sido condenado a muerte acusado de ser autor intelectual del crimen del presidente Luis M. Sánchez Cerro, asesinado (¿ejecutado?) por Abelardo Mendoza Leiva, un obrero con probados antecedentes de aprista (al decir de Luis Alberto Sánchez, el biógrafo más notable de Haya) a la salida del hipódromo de Santa Beatriz, en abril de 1933, en pleno conflicto armado con Colombia. Debo mencionar, para ser objetivos y honrar a la veracidad histórica, que el Mocho Sánchez Cerro, así su mote de soldado duro y obstinado, se había salvado en marzo del año anterior de una muerte segura luego de ser “abatido de un balazo en el pecho por el joven aprista José Arnaldo Melgar Márquez”. Este hecho, y otros más, fueron los detonantes de la revolución aprista de Trujillo de 1932, la del bombardeo aéreo a la mencionada ciudad y los fusilamientos (¿asesinatos extra judiciales?) de Chan Chan; fatídico punto de partida de una prolongada guerra civil que durante décadas, no exagero, dividió a los peruanos. Copio a Sánchez textualmente: “La toma de Lima por las fuerzas de la Coalición el 17 de marzo de 1895 (se refiere a la guerra civil entre pierolistas y caceristas) costó dos mil muertos; la defensa y toma de Trujillo significó alrededor de cinco mil cadáveres, la inmensa mayoría apristas asesinados bajo el disfraz de ejecuciones sumarias sin interrogatorio ni sentencia previa.” ¿Cuántos compatriotas –apristas, militares, civiles- murieron en esa larga guerra civil que tuvo al Apra como actor principalísimo?. El Apra de la clandestinidad y las catacumbas fue, para muchos peruanos, una secta de fanáticos capaz de protagonizar acciones de terror de una alevosía impensable. Tanto así que el partido del pueblo, el de Haya de la Torre, fue declarado ilegal, proscrito, durante muchos años. No se trata de ingresar a la tenebrosa discusión de “nosotros matamos menos” (o más) y volver tras los pasos de personalidades que en su momento fueron catalogados por los servicios de seguridad nacional como vulgares terroristas…y que con el correr de los años se convirtieron en renombrados políticos al mando la Nación. Villanueva del Campo, uno de ellos, en alguna entrevista llegó a admitir que en los años de la barbarie se vio precisado a disparar a matar para salvar su vida. Villanueva, para los que no han repasado nuestra historia contemporánea, fue el candidato del aprismo en la contienda electoral de 1980 y ministro de estado durante el primer alanismo. ¿Dónde quiero llegar?. Digamos que al principio de esta perorata. No se trata de olvidar lo que pasó, ni mucho menos de hacer mutis y saltarnos a la garrocha los crímenes cometidos por aquellos que purgan prisión o han pasado piola, protegidos por la impunidad y el “miremos para otro lado”. Sin embargo, es tiempo también de la reflexión sensata y el análisis riguroso de lo que nos tocó vivir. Fuimos, los que pasamos por esa temporada en el infierno, por ese terror cainita, embestidos por un vendaval de increíbles proporciones; fuimos víctimas de una pesadilla cruel y tristísima. Salir de ese shock emocional tiene que obligarnos a los grandes gestos. No sé cuáles fueron los que hicieron los protagonistas de la barbarie que acabo de reseñar –apristas y militares, civiles de ambos bandos- para restañar heridas e intentar –con éxito- la reconciliación. El aprismo insurreccional del 32, 35, 48, el que se enfrentó a balazos a Odría durante el ochenio (1948-1956); los militares que se llevaron de encuentro la legalidad y el respeto a los derechos humanos, fueron capaces de virar en otra dirección, adocenarse y participar de manera diferente de la vida nacional. No sé si el país les pidió a los apristas rendirse, abdicar de sus ideas aurorales, doblar la cerviz, no lo sé, quisiera que lo comenten los historiadores, los politólogos. Nos podrían señalar un derrotero. Soy un convencido de que al radicalismo de los que quieren que el Perú siga siendo un campo de Agramante hay que combatirlo con sensatez, espíritu ecuménico, tolerancia, mucho diálogo. Y a los que quieren revivir la violencia enquistada en nuestro cuerpo social hay que ganarlos con la verdad y sin provocaciones. Estoy proponiendo, lo sé, un ideario gaseoso, ligth, podría decir que hasta un poco cantinflesco. Sucede que solo soy un educador que ha hecho del intento de comprender al otro su bandera de lucha, su ideología de combate. O como dijo alguien por allí, tratando de minimizar mi propuesta, solo un poeta. Saludos, hermano Kike Sánchez, espero seguir soñando contigo con un país reconciliado y en paz y que nuestro diálogo, hecho público de alguna manera, sirva para generar un debate –no importa que sea entre patas- que proponga soluciones a este drama que tanto nos aflige.
Posted on: Thu, 15 Aug 2013 04:51:52 +0000

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