Erase una vez dos puercoespines que vivían en un verde bosque. - TopicsExpress



          

Erase una vez dos puercoespines que vivían en un verde bosque. Cada uno de ellos vivía en un árbol, uno al lado del otro. Eran vecinos. Por las tardes solían ir a buscar setas y bayas, y después, descansaban sobre la hierba bajo los cálidos rayos del sol. Por la noche, cada uno se refugiaba bajo su árbol. Las noches eran frías y húmedas en el bosque. Una espesa niebla, como un manto blanco, solía cubrir la hierba y los árboles. Los puercoespines utilizaban hojas y hierba para resguardarse del frío, pero esto no servía de mucho y los puercoespines se pasaban toda la noche tiritando. Y cada mañana, les encantaba sentir los cálidos rayos de sol sobre sus rostros. Una mañana muy temprano, un conejito que iba saltando por el campo, vio a los dos puercoespines tiritando de frío. "¿Qué os ocurre?" preguntó el conejito. "Pasamos tanto frío por las noches" se lamentaron los puercoespines. "Los conejitos nunca tenemos frío" dijo él muy contento. "Todos nosotros nos juntamos en una gran madriguera, nos apretamos unos con otros y así nuestro pelaje se convierte en una gran manta de pelo. ¡Nos sentimos tan arropados! Es muy agradable". El conejito se marchó dejando a los puercoespines un tanto confundidos. "Nosotros tenemos cada uno nuestro árbol", dijo uno de ellos. "Y cada uno tiene su propia cama y su propia despensa de setas y bayas" respondió el otro puercoespín. Los puercoespines se miraron un instante y acto seguido cada uno se fue por su lado. Ya de noche, el cielo del bosque se oscureció con unos negros nubarrones y empezó a soplar un viento huracanado. Apareció el frío y una fuerte lluvia comenzó a caer. Los puercoespines corrieron a refugiarse, cada uno bajo su árbol, con las ramas y las hojas que habían recolectado. Pero llovía demasiado y cada vez hacía más frío. Los pobres puercoespines estaban empapados y tiritaban sin parar. Entonces uno de ellos recordó de pronto lo que aquel conejito les había contado. "Quizá lleve razón" pensó el puercoespín. "Quizá debería estar con mi vecino... ¡Juntos no tendríamos tanto frío!" Sacó su nariz de debajo del árbol. Era una noche oscura y de mucho viento en el bosque, y la lluvia era incesante. Pero en un acto de valentía, el puercoespín salió corriendo hacia el árbol de su vecino. "Qué contento estoy de que hayas venido" dijo el otro puercoespín. "Estaba a punto de ir a buscarte. Intentemos abrazarnos como los conejitos y cubrirnos con hojas. Puede que así tengamos menos frío". Así que los puercoespines intentaron abrazarse. "¡Ay!" gritó uno de ellos. "¡Ay!" replicó el otro enfadado. "¡¡Me has pinchado con tus púas!!" gritaron a la vez mientras se miraban con un gesto de dolor. Pero justo cuando iban a separarse, se oyó el enorme estruendo de un trueno y un destello de luz iluminó el cielo. Los puercoespines agacharon sus púas muertos de miedo y se abrazaron con todas sus fuerzas. Se escondieron bajo las raíces del árbol, se taparon con hojas y... de repente sintieron que el calor recorría sus cuerpos. "¡Vaya!" dijo uno de los puercoespines. "¡Esto ya es otra cosa!" dijo el otro. "¡Lo único que teníamos que hacer era bajar nuestras púas!" dijeron a la vez. Continuaba lloviendo sobre el bosque pero los puercoespines, abrazados, cayeron en profundo sueño. Se encontraban tan a gusto, tan contentos. Al amanecer, excavaron un gran agujero bajo el árbol más ancho del bosque, y prepararon unas camas con hierba y hojas. Después, cavaron otro agujero para almacenar todas sus setas y bayas. La vida era agradable y cálida estando juntos. Cuando vieron de nuevo a su amigo el conejito, le agradecieron el gran consejo que les había dado. ¡Nunca habían sido tan felices! Las noticias sobre los dos puercoespines que vivían como amigos, juntos y felices, llegó a todos los rincones del bosque. Y otros puercoespines que habían vivido solos hasta entonces quisieron ir a vivir con ellos. Los amigos puercoespines les enseñaron a bajar sus púas y así la familia se hizo aún mayor. Los puercoespines cavaron un gran agujero en un árbol mucho mayor para que todos los nuevos amigos pudieran unirse a ellos. Por las mañanas recolectaban setas y bayas, y por las noches dormían sintiendo el calor y el cariño de los demás. Y cuando llegó el invierno ya no tenían frío ni pasaban hambre. Y lo que era más importante: bajando sus púas y pensando no sólo en sí mismos, habían aprendido a quererse y a cuidar unos de otros. Aquel grupo de puercoespines vivió feliz para siempre en su hogar. Y el calor que juntos lograron formar se extendió por todo el bosque, llegando hasta todos los demás animales que vivían en él. Era el calor del amor, la bondad y la amistad. Imágenes: Elena Strokina
Posted on: Sat, 06 Jul 2013 11:50:24 +0000

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