GUILLERMO SUCRE Y LA VASTEDAD Víctor Carreño Los días pasan, - TopicsExpress



          

GUILLERMO SUCRE Y LA VASTEDAD Víctor Carreño Los días pasan, iguales unos a otros, y sólo cuando nos sorprenden atisbando en nuestro interior, caminando por las calles de la ciudad al atardecer, cada vez más solos, nos damos cuenta de que ni el azar logra romper el hielo de la rutina. Y así transcurren los años. La ciudad ha ido cambiando y otras tierras han visto nuestros ojos. Sólo ciertos seres, ciertos libros nos acompañan. Sucesivos acontecimientos han dado, nos dicen, un rostro distinto a nuestra historia. Y sin embargo, una incertidumbre mucho mayor subsiste en nuestra conciencia. "Los días que llenan el tiempo son los mismos que lo vacían." Así pensaba, semanas atrás, recordando este verso de La vastedad de Guillermo Sucre. Si la poesía ayuda a vivir y a pensar, confieso mi deuda entonces con unos de los libros centrales de Guillermo Sucre. Escribir sobre esta poesía es tocar una fibra muy honda, es despertar una música muy íntima de la que no me es fácil hablar. Si he consentido en ello es porque esa música ha llegado a confundirse con los rostros y lugares que me han acompañado largo tiempo y de los que ya no me puedo separar. "Escucho con palabras que tienen sombra pero no dan sombra", leo en La vastedad. La frase inicial del libro nos introduce en un ámbito sin asideros. El lenguaje no puede ampararnos, parece insinuar el autor en un primer momento; escribir poesía es permanecer a la intemperie. Nada de asideros, dije: ni ideológicos o estéticos. Y sin embargo, no es éste un libro nihilista. Guillermo Sucre quiere confrontarnos con nuestras propias vacilaciones, las oscilantes verdades (afirmaciones, negaciones) que trama nuestro cómodo escepticismo para ignorar un tiempo entregado al vacío: "Los días que llenan el tiempo son los mismos que lo vacían". ¿Pero de dónde surge este vacío que nos encontramos día a día? Guillermo Sucre no nos da respuestas; no, al menos, esas respuestas definitivas que terminan por simplificar la realidad, creando la ilusión de un desciframiento milagroso de nuestros enigmas. ¿Cómo hablar entonces de esa realidad a la que se llega por transparencia , por evidencia indefinible, y que él ha buscado en su poesía y sus ensayos? Creo que La vastedad puede caracterizarse como un libro de confrontación. Una suerte de suspensión racional invita al lector a abismarse en contradicciones sin resolución. Esta confrontación llega en Sucre a convertirse en imagen cósmica. La luz (el esplendor, la transparencia, el verano, diría él) adquiere una intensidad mítica: es esa fuerza primigenia en la que se unen la creación y la destrucción, y que busca su permanencia en el tiempo y la memoria: "ya no veremos el verano sino ese sol que devora a la memoria". En verdad, este temple poético no es exclusivo de La vastedad. Como lo ha visto María Fernanda Palacios en un insutistuible ensayo sobre su poesía, Guillermo Sucre es un poeta dominado por "la recurrencia de una sola imagen". Sin embargo, entre Mientras suceden los días (1961), La mirada (1970) En el verano cada palabra respira en el verano (1976) y La vastedad hay una diferencia y es la intensidad que registra el desamparo, aun en medio de la recurrente atmósfera solar de esta poesía. Se trata de un cambio de entonación que yo siento prefigurado en sus primeros libros.Hay como un aire de presagio en estos versos de La mirada : "Tus ojos vislumbraban el desamparo/ Pero no eran el desamparo". Hay también una fortaleza ante la dicha: "Si nos hemos dado la dicha es porque no conocemos/ Otro fulgor que el de la tierra". Algo cambia a partir de En el verano..., donde encuentro al comienzo una inquietud distinta en el poema "La felicidad": Ya uno sólo tiene derecho a muy pocas cosas Sé o algo me lo hace saber que no puedo ha- blar de la felicidad ¿Qué ha pasado?¿Por qué hemos perdido ese derecho a la felicidad? Extraña sensación. El verano renace aqui y en otras tierras; el mundo nos ha revelado nuevas realidades y vivencias al calor de su luz. Pero ésta también "nos ha llenado de sombras". Tal vez la felicidad era un lenguaje cuya clave perdimos, un juego, una ilusión que se disipó un día sin darnos cuenta. La felicidad es una "palabra que necesita de la fidelidad de un amparo para ser real". ¿Pero cómo practicar ese lenguaje en medio del ruido de los que aspiran a poseer la verdad, cuando pocos consienten en sacrificarse por fidelidad a ella? Guillermo Sucre no quiere ocultar nuestras carencias comn falsas ilusiones; renuncia a falsos poderes proféticos: nadie tiene la palabra aunque hablen o todos la tienen aunque callen poetas de su tiempo llegan a destiempo me voy con los que parten y no regreso anuncio a los que nada anuncian No anunciar nada no significa para él ser insensible al porvenir, sino rescatar el valor del presente, ser fiel a su gracia y su intemperie. Y, sin embargo, algo intolerable subsiste en esta sabiduría. Cierta humildad ante nuestras carencias no nos puede hacer olvidar nuestra fragilidad; no podemos ignorar, aun renunciando a ella, que "la felicidad conduce a la locura". Vuelvo a La vastedad. En este libro Guillermo Sucre ha mantenido su fidelidad al presente, pero el desamparo ha cobrado mayor intensidad. ¿No se había puesto de manifiesto en aquella fidelidad su desmesura, su vulnerabilidad? Pues el presente no es indiferente al devenir, no puede ignorar "siempre la espera, siempre la vasta, la desamparada espera". Y esta espera está condicionada por nuestra historia. Y por un sentimiento de fracaso. Es cierto que los poetas modernos han expresado varias veces el fracaso de la poesía al intentar nombrar el sentido de la vida y de la historia, pero estas experiencias terminaban apuntando a un nuevo horizonte. Faltaba algo, pero se sabía o se creía saber qué era lo que faltaba.Lo que intenta comunicarnos Guillermo Sucre es una conciencia distinta de nuestra falta. Sin renegar de la poesía ni del mundo, reconoce aaaahora un fracaso más profundo: la dificultad (¿la imposibilidad?) para vislumbrar una alternativa, para fundar ese espacio utópico que reconcilie a la tierra, y que el hombre ha perseguido tenazmente en la edad moderna. De este modo, la poesía de Guillermo Sucre se inscribe dentro de esa tendencia de la segunda mitad del siglo XX y que Octavio Paz llama "arte de convergencia". Esta poesía no plantea un mayor radicalismo o una nueva ruptura, sino que se sabe portadora de una mayor incertidumbre. En ella convergen las búsquedas de la poesía moderna, pero éstas se han vuelto más problemáticas y marginales respecto a una historia de imágenes fragmentarias y violentas cuyo sentido se nos escapa. Veamos uno de los poemas más importantes de La vastedad: Ya no hay palabras que no sean las últimas Podemos invocar a los dioses pero nunca llegaremos a amistar con ellos No hemos sabido nombrar el mundo y apenas hablamos con sonoros equívocos La palabra es una parábola que nunca se cierra: no hemos vislumbrado el horizonte para extenderla El arco se nos quebraba con el solo impulso. "Ya no hay palabras que no sean las últimas". Es como si todo ya estuviera dicho y nada pudiéramos decir. Este repliegue del lenguaje y del hombre sobre sus propias carencias no es ajeno a un contexto muy conocido: el fracaso de las ideologías, el descrédito de los sistemas políticos y de las creencias religiosas en las postrimerías del siglo XX. Es una huella traumática que no hemos podido borrar todavía. ¿Pero a quién culpar de su existencia? Hasta esta misma pregunta ha cambiado de sentido:"somos el inocente que se sabe culpable/ ¿el culpable que desconoce su inocencia?". Ignoramos cuál es nuestra culpa , pues ignoramos también en qué podría consistir nuestra inocencia. No hemos vislumbrado el horizonte para extender la palabra. O era tan vasto que su visión nos expulsó. ¿No llega Guillermo Sucre, a veces, siguiendo una corriente mallarméana, a excesos de manipulación de la sintaxis, que dan la impresión por momentos de una quiebra de esa misma sintaxis y del mundo que aspiraba articular? Todo esto no nos lleva necesariamente a una claudicación o a una desesperanza; por el contrario, él trata de seguir siendo consecuente con la vida. En otro poema, alude a la pérdida del sentido de este modo: vaciar el sentido lenguaje: reloj de arena lo demás es lo viciado: lo pleno de sentido de poder. Si el lenguaje ha fracasado en la captación del sentido, hay que reconocer que esa pérdida afecta a todos los otros ámbitos humanos. La crisis de las ideologías no ha traído una mayor tolerancia; por el contrario, ha creado un terreno propicio para el surgimiento de neofanatismos de todo tipo. Muerta la razón, todos quieren tener el poder de la razón. Pero si todo está permitido, nada es posible, pues vivir es reconocer una ley: "no vivir siempre escogiendo: vivir lo que nos escoge". Esto nos devuelve a la intemperie, a esa realidad que el "destino disipa y a un tiempo desnuda". Difícil destino, y como tal, irrecusable: hay que ir al encuentro de su imponente esplendor: "lo atroz fue el sucesivo extrañado intolerable encuentro con el esplendor". Guillermo Sucre es un poeta intelectual. Por ello entiendo no un poeta adicto a las citas o a imposturas intelectuales, sino aquel en el que las imágenes, la entonación de las palabras motivan una reflexión cuya referencia inevitable es la literatura y la cultura. Pero él también es un poeta lírico. Ambas actitudes no se contradicen: se complementan. Dentro de esta limitada aproximación, no puedo extenderme a esta otra vertiente de su poesía. Pero no quiero dejar de hablar, así sea brevemente, de lo que considero su mejor poema de amor. Pertenece a La segunda versión (1990), el último hasta el momento y el más trágico de todos sus libros de poesía; también es el más personal. En su poesía anterior las imágenes del amor y de la infancia, el recuerdo de los seres queridos, aparecían en la memoria como tras un cristal depurado. Ahora el corazón quiere abrirse paso a la expresión de cosas largo tiempo calladas, cosas que hieren moral y religiosamente: el destino de una patria injuriada, afectos injustamente olvidados, la nostalgia de algo sagrado e inmerecido. Es como si lo más amado tuviera siempre un signo de fatalidad; como si su esplendor fuera a la larga socavado por una sombra amarga. Y, sin embargo, hay una reciedumbre en no querer renunciar ni a la fatalidad del sufrimiento ni al placer de la belleza; un sí trágico parece condensar por un instante la vastedad contradictoria de la existencia; es éste "El último dominio": La vastedad del minuto, el relámpago de los años en el empañado cristal de la memoria la dicha o la herida los amantes celebran otra historia. Nada los espera y al final ellos nada esperan. Habla de los amantes y alude a la pareja primordial, a su exilio del paraíso: "los que nacieron en lo sagrado y fueron luego/ sus mendigos/ eso somos ahora". Lo que somos ahora: es esa pobreza y no la trascendencia lo que cuenta para los amantes. Así, conscientes de su fragilidad, de su desamparo, sin ceder a la desesperanza, nada esperan frente a la muerte, acaso porque la solitaria espera de su pasión se ha convertido ella misma en cumplimiento. Era necesario entonces, pienso, que el poema, meditación sobre la vida y la muerte, uniera al final las imágenes de la vejez y la infancia: La marchitez, la previsible muerte los asombran como cuando niños vemos el mar azul y las arenas doradas. "Los días que llenan el tiempo son los mismos que lo vacían". Con esta frase de La vastedad comencé estas notas, tratando de responder a la pregunta: "¿de dónde surge este vacío?". Para ser honesto, no creo haber podido responderla. Interprételo el lector como una falta, si quiere. También yo podría decir que esa falta es una confesión de humildad y aun una ironía. ¿Con qué otros medios leer a Guillermo Sucre? Quien lea sus ensayos La máscara, la transparencia y Borges,el poeta reconocerá en él una misma sensibilidad. Hay escritores que piensan por imágenes, y otros dados a la abstracción. Borges, de quien tomo esta opinión, pensaba que los escritores dignos de ser releídos participan de estas dos facultades opuestas. Como Lezama Lima, como Ramos Sucre, como Borges, Guillermo Sucre pertenece a esta nada numerosa familia. Quienes hemos tenido la dicha de asistir a sus clases, hemos podido comprobar el mismo temple del escritor. La cortesía del pensamiento, la erudición sin ostentación, la pasión y la ironía. Y también, fuera de las aulas, el paseo por los jardines de la Universidad, en los atardeceres del verano, los pensamientos caminados, la sobria y generosa amistad. Todo aquello, en fin, que me hizo pensar, con palabras de Rubén Darío: "Tengo la sensación de que siento y que vivo/ a su lado una vida más intensa y más dura". Guillermo Sucre ha sabido ser fiel a lo que expresó en la poesía de su época temprana: la "intemperie fue mi única sabiduría". Quien ha sentido intensamente el vacío de los días, el dolor del vivir, puede desistir de la vida o aferrarse a ella, aun con devoción, con una íntima rebelión. A veces, pensando en todas estas cosas, me vienen a la memoria estos versos de La vastedad con los que quiero terminar: La vida no es avara ni para preservarla hay que saber también arriesgarla como en el amor más fuerte cuando más lo alimenta el desamor más vívido cuando nace y se extingue cada día.
Posted on: Thu, 06 Jun 2013 12:59:33 +0000

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