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Madre de las Iglesias, coloso, monumento de fe testigo de la historia de México, edificio misterioso y novedoso. En la Fiesta de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, celebrar doscientos años parece devolver la conciencia a cada fiel católico y habitante de esta Ciudad sobre la epopeya que implicó colocar piedra y cimiento, columna y retablo, capillas y criptas, cada torre y bóveda. Esta tarde, el tañer de las campanas y el peregrinar de fieles anunciaron el júbilo por los dos centenarios del fin de la construcción de la Magnífica Catedral, sede del Arzobispo, Primera Iglesia, Recinto de fe, Símbolo del Pueblo de Dios. Al interior del templo, todo relució como si se quisiera traer al presente el esplendor de los primeros años de su vida. Fieles, desde temprana hora y a pesar del sol, se arremolinaron en torno a una Puerta que sólo abre en ocasiones solemnísimas. La oración del Arzobispo de México, momentos antes de su apertura, advirtió a los encargados para destrabar las cerraduras, conscientes de que ese momento era uno de los más importantes del jubileo que trae a la memoria la aventura iniciada el 8 de octubre de 1536; los tres siglos de construcción, los procesos entre España y su Virreinato, los descubrimientos, la conversión, la cristianización de estas tierras apacentadas por treinta y cuatro obispos, responsables de lo sagrado, pero lidiando con lo mundano. Mientras la Puerta Santa era abierta, los fieles siguieron con atención el paso de la procesión que marcha a la Jerusalén Celestial. El Cristo Negro y el Altar del perdón fueron iluminados por el Sol de mediodía, venciendo la penumbra para que todo el pueblo de Dios peregrine como lo hicieron esta tarde los Obispos de la Iglesia particular y del continente americano, los clérigos de los cabildos de los templos más grandes y el Pastor quien bendecía y fue bendecido por las sonrisas, saludos y cariño del Pueblo católico amante de su Señor de los Milagros, de sus santos y beatos en Catedral, tal vez ignorante de la historia, pero bendito por su fe sencilla que impulsa a la razón decir que lo que hoy pasó en Catedral vale para esta vida y la Eterna. Curiosos y devotos, arrepentidos y pecadores, todos fueron convocados a este evento de fe para mirar hacia el cielo, en las cúpulas y techos que se elevan para unirlo con la tierra como las pinturas y cuadros donde se relata la historia de la Salvación y de la Encarnación del Hijo de Dios. Sólo al meditar y compenetrar en cada detalle del edificio, comprendemos que la fe no es una cosa difusa y soluble intolerante a los caprichos de las arenas movedizas. Y la Catedral de México es el templo impresionante de visionarios, soñadores y creyentes en el Dios Único. Sólo su convicción, fuerza y poder hicieron posible la herencia que hoy celebramos. Un edificio antiguo, dos veces centenario, pero nuevo y renaciente; un templo conocido, sin embargo ignoto; un edificio que adorna un escenario secular, pero es morada donde lo divino se hace humano. Armonía y poder, majestad y sencillez, reverencia y gratitud, todo esto inspira lo que no es simplemente un atractivo para miradas estupefactas, sino un motivo de esperanza porque a pesar del tiempo y hasta el final de los tiempos, la Catedral de México rompe el kronos para proyectar al kairós… del tiempo humano medida al tiempo de Dios esperanza. De aquí a noviembre, todos podremos recogernos en su interior, todos los días apabullados por el trajín, el escándalo y correr cotidianos de una Ciudad que anhela a Dios, pero es confundida por ofertas religiosas extrañas y etéreas.. El jubileo llegará hasta el fin de nuestro tiempo para recordarnos quién es el Rey del Universo y de todo lo creado. No hay judío o gentil, ya no hay extranjero o pagano porque a todos se han revelado estos misterios dibujados, cincelados y grabados en la arquitectura didáctica del edificio y somos privilegiados para celebrarlos porque doscientos años son una parte minúscula desde el inicio de la fe donde Cristo se anonadó tomando la forma de siervo de Dios. Doscientos años, en la vida de esta Ciudad, son una fracción en la historia épica de fe; Doscientos años son el inicio para orar, contemplar y celebrar como “comunidad peregrina” animados en la fe, la esperanza y caridad, virtudes que adornan su umbral para sacudirnos y vivir “en los valores del Evangelio mediante la construcción de la justicia y la paz, la promoción del bien común, la tutela y la defensa de la vida, la promoción de la dignidad de la persona humana” (Cfr. Cardenal Norberto Rivera Carrera.“He amado la hermosura de tu casa”. No. 8), en una Ciudad que todos los días se empecina por ser inhumana.
Posted on: Fri, 16 Aug 2013 20:17:36 +0000

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