Porque la URVCH mata al Rugby Desde tiempos inmemoriales en la - TopicsExpress



          

Porque la URVCH mata al Rugby Desde tiempos inmemoriales en la argentina el Rugby representó un deporte de” hombres y de caballeros”. El Rugby tiene matices que otros deportes no se pude evidenciar, condensa todo lo que lo bueno que tienen los deportes en general, pero además todo aquello que excede a los deportes: es un deporte que aún siendo de contacto, que tiene una camaradería y contiene códigos que no se ve en ningún otro lado. La unión de grupo que siente adentro y fuera del club (dentro y fuera de la cancha, durante, antes y después de los entrenamientos), para los jugadores es una experiencia inolvidable que supera todos los lugares de pertenencia social (facultad, barrio, secundario, trabajo, etc.). Es un deporte en el que conviven la amistad, camaradería, entrega, sacrificio dentro y fuera de la cancha, un deporte en equipo por excelencia, y un deporte formador de personas por el ámbito en el que se desarrolla. La UAR dice: “Ser Rugbier es entender que el respeto es innegociable. Es vivir con pasión cada momento de la vida. Es superar la adversidad. Es aprender que el esfuerzo es el único medio posible de trascender. Es escuchar a los más grandes, que por algo son más grandes. Es “cortarse” en la cancha, no “cortarse” fuera de ella. Es imitar los buenos gestos que nos rodean. Es pensar antes de actuar. Es compartir. Es saber que el referee siempre tiene razón, por más que se equivoque. Es decirle no a la violencia. Es hacer amigos todos los sábados y domingos. Es compartir el tercer tiempo hasta el final. Es asumir un compromiso. Es soñar todo el tiempo. Es enseñar con el ejemplo. Es ganar a veces sin ganar. Es cuidar a tu club. Es caminar erguido y con la frente alta siempre. Es saber que el compromiso, la disciplina y todos los valores del rugby se extienden más allá de la cancha y el club y que deben trasladarse a todos los ambientes de la vida.” La cuestión del respeto está presente en el relato de los informantes de manera preponderante cuando se refieren al sistema de valores y de éticas construidas en la práctica. Es un deporte de caballeros que si bien tiene su parte de violencia, se juega con mucho respeto, cuya importancia esta en la competencia pero con lealtad, el compromiso. El respeto como parte institucionalizada en el rugby desde las reglas se va recreando y manteniendo mediante la articulación de distintas moralidades que se van reforzando entre la dinámica y la lógica del juego, y la capacidad de representar esas prácticas mediante el lenguaje, por parte de los agentes que participan de la recreación ética del campo. Dentro de un conjunto de lealtades y de cooperaciones, en los modos de ejecutar el juego, el rugby representaría es uno de los acontecimientos deportivos con mayor nivel de disciplina. Más allá de la agresividad física, las normas enmarcan un nivel de violencia tolerable, no sólo para los jugadores, sino también para los espectadores, que decodifican las destrezas corporales y las acciones agresivas como parte de un todo que se asocia con una manera de tolerar y controlar impulsos, mediante la racionalidad y la templanza. E l rugby tiene una serie de valores que lo atraviesan y que en general son los mismos en cualquier club del país y podríamos animarnos a decir que son valores que circulan en el rugby en general. La solidaridad, la cooperación, la amistad y sobre todas las cosas el respeto, con cuestiones que están presentes y que ayudan muchísimo a la formación de las personas. Los jugadores y la familia del Rugby sienten que este deporte coincide con otros espacios donde no se encuentran este tipo de valores, inclusive lo que se destaca de este deporte en particular es la condición disciplinante de la práctica: Los relatos de los jugadores y de la gente del rugby en general exhiben, en el mismo gesto de positividad hacia el sistema ético del rugby, la negatividad a lo que las condiciones disciplinantes, racionales y morales no pueden cubrir o completar. En la misma afirmación de diferencias, se están construyendo los posibles otros significantes. No sólo quien se ubique fuera de las legitimidades diseñadas desde el rugby, esto es, tolerancia a la agresión, disciplina, acatamiento a las decisiones del árbitro o del superior, la cooperación con los rivales (en cuanto a la destreza de habilidades en pos de competir dentro de las normas y minimizar los riesgos de lastimar a un jugador del equipo contrario) sino, según los informantes, quienes no mantengan los valores estructurados en el rugby, fuera del campo de juego, no serán percibidos como parte de un colectivo que sí persigue (y mantiene positivas) las formas legítimas de recrear la práctica y construir sus moralidades. LA RE-CREACIÓN DEL HONOR Y LA CABALLEROSIDAD Desde el rugby, históricamente, se concibió la oportunidad de conciliar en un espacio, por un lado, la condición de caballerosidad (basadas en la tolerancia, la lealtad, el respeto y la disciplina) y, por otro, la agresividad (asociada a las características de violencia de la práctica). Es decir, la diferencia en la estética y en la ética, sostenida a través de la oposición de adjetivos como fuerte/débil, recto/torcido, rígido/flexible (Bourdieu, [1980]-2007), para representar los lugares otorgados para lo masculino (fuerte, recto, rígido) y para lo femenino (débil, torcido, flexible). Esto indicará la estructuración de los cuerpos, y sus disposiciones hacia la construcción de las “virtudes” morales (Bourdieu, 1993) y de las virtudes físicas. Es así que, para garantizar las moralidades históricas construidas desde el rugby (lealtad, respeto) hace falta demostrarlo: a los propios compañeros, y a los rivales. La manera de hacerlo, se estructura en base a dos ejes: la tolerancia al dolor, y el sacrificio. La tolerancia al dolor en el rugby, representa un grado mayor en el umbral de asimilar esos dolores, dados otros deportes que incorporan menos contacto físico, y por lo tanto un nivel menor de violencia y agresividad. Se tolera no sólo con las palabras, sino con el cuerpo. Aquí, recuperamos la adaptación de Wacquant (2006) -de la idea de Mauss- sobre el concepto de cuerpo como herramienta técnica del hombre, con la capacidad de generar actos eficaces, en este caso, para la representación de una práctica que se emparenta todo el tiempo con el dolor. Con el sacrificio, nos referimos, siguiendo a Wacquant (2006), a un dispositivo de discriminación, por un lado, y a un elemento que fortalece el vínculo grupal. Quienes se dispongan y adhieran a la moción de exponer el cuerpo al sacrificio y al dolor, irán adquiriendo el honor específico (Wacquant, 2006) que históricamente detenta la práctica del rugby. Por lo tanto, se instituye una línea divisoria que estimula el pasaje hacia el honor, y hacia el reconocimiento. El sacrificio, el dolor, la lealtad (hacia los rivales), el respeto (hacia los iguales en jerarquía, o los mayores), van erigiendo el sentido de la caballerosidad que reside, principalmente, en las prácticas corporales. Así, se construye ese conjunto de virtudes masculinas, en tanto físicas y morales, donde se asegura la reproducción de criterios dominantes para separar lo femenino de lo masculino, y donde “lo agresivo” y “lo racional” se superponen hasta formar un sistema complementario. Las formas animalizadas que colaboran en la construcción del imaginario de la práctica, no son percibidas negativamente como asociación a mundos “salvajes” o “bárbaros” de practicar la violencia. Todo lo contrario. Son formas y nombres legítimos que determinan esa porción de espacio social, y marcan la posibilidad de desempeño de las destrezas corporales, con sus añadiduras simbólicas, en referencia a los modos masculinos de poner en juego ciertas virtudes. Por lo tanto la dicotomía salvaje racional, se nos presenta en el rugby, como una relación necesaria, estabilizadora, y jerarquizante, si vinculamos el conjunto de las técnicas corporales (Mauss,[1971]-1979) El culto al coraje físico se expresa como posibilidad complementaria de una imagen legítima del mundo (civilizado). Aquí también se produce y reproduce el sentido del honor –y por lo tanto el deshonor-, que tendrá que ver con la puesta del cuerpo, con dirimir en cancha –y través de la fuerza física- aquel coraje físico, pero manteniendo la legitimidad histórica y por sobre todo la legalidad institucional. Así se va estructurando lo que representa el honor y el deshonor. Que a su vez está revestido de gran importancia, porque será la marca distintiva que permitirá, o no, pertenecer al espacio del rugby, que obviamente –como toda porción del espacio social- su acceso estará regulado en relación a la acumulación de capital social, económico y cultural. Pero a veces, el límite de lo justo o lo injusto (líneas divisorias que guardan relación con lo construido como honorable) recorren márgenes borrosos. Algunos informantes nos comentaban que aplicarle un golpe ilícito a un rival, durante el juego, significa la expresión máxima de la cobardía (es decir, de lo deshonroso). Sin embargo, es legítimo aplicar un golpe que dentro de la legalidad sería penalizado, cuando el rival sobrepasa –en alguna situación de juego- los límites del reglamento. Esto significa, según nuestros informantes “hacer justicia”. Es “vengar” una acción ilegal mediante la disposición de la fuerza, que llevaría a los cauces normales de lo que se considera justo en el rugby. Como diría María Verónica Moreira (en Alabarces, 2004) este tipo de acciones buscan nombrar el código de honor y organizar las pautas culturales –y corporales- del colectivo. Así se intenta regular, todo el tiempo, la base del honor en el rugby, e implica dirimirlo, según Moreira, en combate, en duelo, y si es necesario, en venganza. Se delimita así otro borde. Lo que sucede dentro de la cancha, y fuera de ella. Los agentes logran separar tiempos y espacios. Acceden a concebir dos espacios que, en apariencia, consideran diferentes: antes y después del partido. Luego de la disputa también se hacen cuerpo el honor y la caballerosidad, que se traducirán en el “olvido” de toda acción agresiva (propia o ajena), y donde la noción de tiempo se transforma. Queda evidenciado, ante la relajación de los cuerpos, que ya no se buscara justicia, que el tiempo para eso, pasó. Sólo se mantienen reglas de camaradería y cortesía, históricamente argumentadas. La deshonra de volver el tiempo atrás, intentando salvar el honor (afectado en alguna acción del juego), podría desembocar en la expulsión del espacio de pertenencia. Los personas buscan estructurar así las formas de pertenecer a un espacio distintivo, como es la práctica del rugby en Argentina. Y además, debe se debe ser muy cuidadosos en respetar y mantener los códigos de honor, que les permiten, ni más ni menos, identificarse con formas de legítimas de ser hombre. Garantía necesaria –y suficiente- para reforzar identidades en juego. Por todo lo dicho: ¿Los dirigentes de la URVCH, merecen llamarse dirigentes de Rugby?. En lo particular creo que no rompieron con los códigos y valores que son los puntales de este deporte, por otra parte a modo de comentario debieran leer el derecho, no se puede suspender a los clubes por las actitudes de los jugadores, dado que existe un fallo Es improcedente condenar a la entidad organizadora que nuclea los clubes de un deporte amateur –en el caso Unión Argentina de Rugby- por las lesiones que son consecuencia de su práctica y producto de accidentes en el que no ha habido infracción alguna en la participación del juego ni se ha transgredido normas o reglas deportivas, pues los jugadores no son dependientes del club al cual representan deportivamente ni existe un factor de causalidad que pudiera hacer prosperar la acción contra ellos. CCC.Morón, sala 2, 18/5/99, P., J.L. c/Club Curupayti, LLBA, 2000, p. 1262. La Doctrina Jurídica que tiene que decir al respecto: “ que el deporte amateur no responde a una finalidad laboral, sino a otras de carácter cultural, recreativo, deportivo, etc., el mismo pone al desempeño del que lo practica, fuera del ámbito del derecho laboral, ya que la finalidad esencial del llamado amateurismo es la práctica del deporte por gusto, recreación o placer, de manera desinteresada y gratuita, lo cual diferencia al aficionado, del profesional que utiliza su capacidad deportiva como medio habitual de vida y con un fin de lucro, dado que en este supuesto se configura un contrato de trabajo especial. “ Si la Cámra Civil y Comercial de Moron dice esto respecto de la lesión de un jugador, es decir que al jugador amateur como es el caso del Rugby no lo liga al club, un afán de lucro sino un espíritu deportivo, mucho menos se puede juzgar a un club, por que sus jugadores se niegan a participar de un seleccionado provincial de Rugby, entonces porque cuando los jugadores de Bigornia se lesionaron en el pasado, jugando para el seleccionado, no repararon el daño es decir no soportaron los costos por internación y operación como lo fue uno de los jugadores de Bigornia, cuyo estipendio salió de las arcas de bolsillos del propio jugador, y rondó una suma de $20.000. Ocasionándole un lucro cesante dado que tuvo que faltar al trabajo por dicha lesión, y no se hicieron cargo de los estipendios que ello requirió, pero si son prestos a la hora de sancionar a un jugador o un club, completo con todo lo que implica por la negación de participar de una selección, que a juzgar por los hechos, no tiene el seguro para jugadores, no había ambulancia en el campo de juego según refieren los jugadores, de modo tal que la lesión pudo tener consecuencias aún más nefastas de las que tuvo el jugador. Entonces si tal medida es a consecuencia de la no participación, ¿Por qué entonces no se toman los recaudos generales que deben tomarse para esta clase de encuentros?. La negación a la participación en un seleccionado se trata sanciona de manera más grave que la de una lesión entre jugadores, o trifulca en el campo de juego. El derecho debe ser ante todo razonable, y acá estamos siendo testigos de una acción presumiblemente aviesa, manifiestamente contraria a derecho, que no tiene parangón afectando no solo a los involucrados sino al propio Rugby. DUX …” será reo de la pena más grave que vos mismo leáis en el libro inexorable de la ley, aunque fuera hijo mío el acusado.” Shakespeare en su libro Otelo, al que le quepa el sayo que se lo ponga.
Posted on: Thu, 03 Oct 2013 02:58:45 +0000

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