UNA HISTORIA MÁS. MI NOMBRE Una vez, en un país lejano, en un - TopicsExpress



          

UNA HISTORIA MÁS. MI NOMBRE Una vez, en un país lejano, en un lugar poblado y surtido de gente de toda clase y posición, vivía una mujer hermosa por dentro y por fuera según quien la mirara. Algunos la admiraban y otros la envidiaban. Lo cierto es que no le era indiferente a nadie que la conociera. Ya había pasado los treinta años y todos se preguntaban por qué tan interesante mujer, aún no había encontrado al hombre que pudiera hacerla feliz, con quien compartir su vida y formar una familia. Algunos decían que ese hombre no existía… otros, que ella tenía demasiadas pretensiones. Sin embargo, cinco hombres del pueblo, todos dignos de merecerla; honestos, trabajadores, leales y guapos, perdían el sueño pensando en ella. Los cinco la amaban por lo poco que conocían de ella y por lo mucho que podían imaginar a su lado. Cuatro de ellos, además de las cualidades distintivas que los hacía caballeros, tenían una excelente posición económica, lo cual le facilitaba cualquier cosa que ella pudiera pretender. El quinto, era pobre y había tenido que ocuparse de chico de su madre enferma, pues su padre había muerto y no tenía hermanos. Trabajaba todo el día pero apenas le alcanzaba para cubrir las necesidades de su casa, los remedios de su madre, alimentos y vestido. Estudiaba de noche pues soñaba algún día poder ser astrónomo y tener en su haber al menos los conocimientos necesarios que le facilitaran acceder con prontitud a los títulos y honores de un científico respetado. Los cinco, sin conocerse coincidieron en intentar conquistar a aquella mujer y para ello pensaron que el primer paso era cortejarla, alagarla sin acercarse demasiado. Uno de los hombres, todos los lunes dejaba un ramo de flores en la puerta de la casa de la dama. Otro, los martes enviaba una caja de bombones de chocolate que eran una delicia conocida en el pueblo. El tercero, se jactaba de sus dotes para la poesía y desplegaba su talento en largas odas que volcaba en un papel fino que colocaba en un sobre dentro del buzón de la mujer los días miércoles. El cuarto, quizá el más adinerado, compraba una perla cultivada cada semana y la guardaba en un pequeño sobre de terciopelo que también colocaba en el buzón cada jueves. Los cuatro solo colocaban sus iniciales sea en el sobre, en el papel o en una tarjeta adjunta y jamás se dejaban ver. El más pobre, en sus largas horas de estudio nocturno, fabricaba con un papel de deshecho un barquito lleno de fórmulas matemáticas y de escrituras ilegibles que poco se parecían a sus iniciales. En la madrugada de cada viernes, decidía hacer un descanso en su estudio y caminaba quince cuadras hasta la casa de la dama, trepaba la columna de la entrada principal pisando los añejos troncos de la Santa Rita que cubría todo el frente y dejaba su obra de arte en la ventana de su amada. La miraba un instante dormir, suspiraba y bajaba rápidamente para volver a sus libros. Los cinco pensaban que cada uno era único y especial, que nadie más cortejaba a la dama y que tarde o temprano la conquistarían. Durante un año, sin saberlo, sin haberlo orquestado, sin conocerse coordinaron la rutina del alago en forma ordenada y sincronizada, sin alterar los días ni los obsequios. Sin dejarse ver, sin siquiera acercarse a la mujer. Todos, los cinco y ella coincidían de tanto en tanto en la misa de domingo donde cada hombre se perdía por una hora mirando a la mujer de sus sueños mientras ella parecía no darse cuenta siquiera que existían. Un día, la bella mujer fue al mercado del pueblo, entró a un viejo almacén de objetos de toda clase y dirigiéndose al anciano que presidía el lugar le solicitó un juego de cajas de madera tallada con herrajes de bronce y cada una con su llave. Eran cinco cajas, idénticas y hechas en escala, como las muñecas Rusas, una entraba dentro de la otra hasta quedar todas contenidas en la mayor. Cuando decidió llevarlas, el anciano le advirtió que las cajas eran muy antiguas y de un alto costo. La mujer entonces, sacó de su canasta una bolsa y volcó sobre la mesa mostrador, trecientos sesenta y cinco perlas cultivadas. Todas las que había recibido por un año del extraño y desconocido caballero. El hombre miró el botín, se apresuró a guardar las perlas en un pequeño cofre y le dijo a la mujer: creo que esto será suficiente. Llévate las cajas. Esa tarde, la mujer escribió cinco esquelas y las despachó por correo. Era miércoles. A los dos días, el viernes por la tarde, a las siete en punto vio parados en la puerta a los cinco hombres que había citado. Uno traía flores en su mano. Otro, bombones. Así, cada uno ostentaba su objeto de cortejo que certificaba su identidad. Los cinco se miraron absortos sin entender a qué se debía la reunión y menos aún por qué habían coincidido en ese lugar a esa hora. Ella abrió la puerta, y sin decir demasiado los invitó cordialmente a pasar. Ellos entraron atónitos y mudos se sentaron en la sala. Solo atinaban a mirarse con desdén como queriendo pulverizarse unos a otros. Solo el pobre futuro astrónomo parecía no sorprenderse por nada y tomarse la situación con naturalidad… como si la vida ya le hubiese quitado con saña la capacidad de asombro. La mujer tomó una libreta y una pluma y en silencio escribió en orden alfabético el nombre de pila de cada hombre y al lado el día de la semana y el obsequio que desde hacía tiempo le dejaba cada uno. Luego les mostró la hoja y los hombres solo atinaron a mirarse entre ellos como si se hubiesen traicionado mutuamente. Empezaban a entender lo que había sucedido pero ninguno podía siquiera sospechar lo que iba a suceder. La dama entonces soltó la libreta en la mesa y trajo de una habitación contigua las cinco cajas idénticas con las cinco llaves idénticas y puso una al lado de la otra, formando una escalerita. Si bien era obvio, les explicó que la caja menor entraba en la siguiente y así hasta entrar todas en la mayor. Les dijo también que las llaves eran imposibles de distinguir pero que cada una abría y cerraba solo una de las cajas pues la combinación era diferente. Luego de explicarles algo que todavía no tenía sentido para los caballeros, la mujer les dijo que los cinco habían sido amables con ella y merecían su atención. Que sabía de su honestidad y estaba dispuesta a darle una oportunidad de conocerse a cualquiera de ellos. Igualmente les aclaró enfáticamente que no creían en las casualidades y que hicieran lo que hicieran tanto ellos como ella el resultado iba a ser solo uno y que para probar su teoría, ella escribiría un nombre en un papel que quedaría doblado y guardado dentro de la caja más pequeña. Seguidamente escribió el nombre en un papel, lo dobló prolijamente y lo colocó dentro de la caja menor. Les permitió a cada uno comprobar que solo una llave cerraba y abría cada caja y que no existía posibilidad de abrir alguna de ellas con otra de las llaves que no correspondiese. Luego, colocó una caja dentro de la otra y así hasta completar las cinco, cerrando cada una con su llave. Una vez que hubo terminado, colocó las cinco llaves dentro de una bolsa de tela oscura que sacudió enérgicamente.- Cuando terminó, les pidió que en el orden que ella había escrito sus nombres en la libreta, es decir por alfabeto, cada uno sacara una llave de la bolsa. Cuando cada uno tenía su llave. La mujer les pidió que fueran probando de a uno y quien abriera la última caja sería con quien intentaría conocerse y se era posible planear un futuro común, y que los cuatro restantes iban a permanecer en su recuerdo por haberla cortejado, por haberla valorado y aun cuando fracasara en su relación, jamás iba a intentar contactarse con alguno de ellos porque eran personas honorables y no se lo merecían. De cualquier modo recalcó que tenía la plena seguridad que las cosas pasan por algo, que las personas entran a tu vida con un propósito, y que las casualidades no existen aun cuando quieras dejarlas al azar. Cuando ella hizo silencio y ante su gesto de aprobación, cada hombre en el orden acordado intentó deseando que no sucediera, abrir la primera caja. La primera la abrió el poeta que con lágrimas en los ojos devolvió la llave y se despidió con una tierna mirada de la mujer. La segunda la abrió aquel hombre que le regalara las perlas cultivadas. Antes de irse, metió la mano en su bolsillo y sacó una perla más. Extendió su mano y la colocó en la palma de la mano de ella diciéndole “esta será la última perla que regale en mi vida, pues no creo encontrar a otra mujer que las merezca”. Ella lo miró tiernamente y le contestó: “la encontrarás”. La tercer caja la abrió el que llenaba sus martes de bombones. El hombre desconcertado miró a la mujer y solo atinó a lanzar la llave sobre la mesa con desprecio dando media vuelta para no mirar atrás. Ella solo guardó silencio. La cuarta caja definía de algún modo quien sería el elegido, aunque todavía restaba ver si ella había acertado el nombre, lo cual se develaría al abrir la última caja. La cuarta caja la abrió “el florista”, quien lejos de enfadarse parecía encantado con el juego y miró a su único rival sobreviviente y le tendió la mano diciéndole “aunque tengas que robarlas, nunca dejes de regalarle flores”. Ella vislumbró una bondad superlativa en aquel hombre y fuera del protocolo atinó a darle un fuerte abrazo que el correspondió con alegría despidiéndose de ellos como si le hubiese tocado ser testigo de algo fantástico. Quedaron parados en aquella sala solo ella y el futuro astrónomo, ningún otro se quedó a develar la incógnita, como si las locuaces palabras de la mujer hubiesen sido suficiente prueba. Ella lo miró, y antes de que él intentara abrir la caja lo detuvo y buscó rápidamente un cofre que adornaba el dresuar. Lo abrió frente a sus ojos y ahí yacían todos y cada uno de los barquitos de papel que aquel hombre había dejado en su ventana con la fecha y la hora escrita de puño y letra de la dama sobre los garabatos matemáticos de las hojas en desuso. El contenía el llanto, mientras que con el consentimiento silencioso de ella y las manos temblorosas introdujo su llave en la cerradura y abrió la última caja. Ahí estaba el papel prolijamente doblado… ahí estaba. Ábrelo le dijo ella. El la miró y temiendo lo peor desplegó el papel lentamente. Clavó los ojos en el mismo como repasando cada trazo de cada letra en cámara lenta. Qué dice? Preguntó ella. El respondió con un nudo en la garganta y una tormenta en su corazón… “MI NOMBRE”.
Posted on: Tue, 08 Oct 2013 00:06:19 +0000

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